El mar estaba en calma y el viento favorecía el velamen del “Brise De Mer“ . Era un día hermoso que sin duda en otras circunstancias su capitán, Jean Paul du Surlign, hubiera disfrutado. El volver a poder surcar los mares de Théah sin la constante amenaza de los leviathanes era algo que solo los más viejos marinos recordaban. Desgraciadamente la expedición en la que se hallaba era de todo menos de placer, junto a él, otro navío compatriota, dos naves avalonesas y tres barcos piratas iban a la una caza de una leyenda: Reis.
Jean Paul tenía un mar de dudas sobre el viaje. No le gustaba nada, ya que en el mejor de los casos era una simple leyenda pirata exagerada, en el peor, un asunto de piratas. Los odiaba y había protestado enérgicamente a sus superiores, que hicieron oídos sordos a sus quejas y le indicaron que lo mejor que podía hacer era seguir las órdenes.
La reunión con los piratas para trazar el plan a seguir tampoco ayudó. El capitán de la San Bernard era un joven inexperto con pájaros en la cabeza, que afirmaba que él y sus hombres asaltarían la supuesta nave del temido pirata, dándole muerte en un duelo singular, un plan estúpido ya que si se encontraban con alguna nave pirata lo mejor que podían hacer es usar la superioridad numérica para volarlo por lo aires a cañonazos. La capitana de La Tigresa, una tipa que parecía masticar clavos y escupir con ellos monedas, no habló durante toda la reunión, asentía con la cabeza y las únicas miradas que lanzaba eran de un odio tan concentrado como venenoso. Los más normales y con juicio suficiente parecían los hombres de la Libertad Duradera, hasta que explicaron su plan y también su plan de emergencia y entonces dejaron de parecer gente razonable. Eran locos cazando una ilusión.
La historia de la resurrección de Reis no tenía lógica alguna, el pirata llevaba 15 años muerto. Jean estaba convencido de que aquel que utilizaba su nombre solo podía ser un impostor que quería asustar a los niños con historietas, pero lo estaba consiguiendo. Los rumores sobre el temido pirata habían empezado a circular, barcos pescadores encontrados sin un solo tripulante, aldeas completamente vacías por las costas del mar de la espuma, solo un nombre inscrito en las paredes de las casas y en los cascos de los barcos. REIS.
Estas historias hacían mella en su tripulación, completamente inexperta, la mayoría eran simples pescadores reconvertidos o soldados sin noción alguna de marinería. Los hombres expertos en alta mar eran o muy viejos o estaban muertos, así que los dos países habían completados sus tripulaciones de guerra como habían podido, prometiendo dinero y fama a los hombres que se alistaran.
Ya no había vuelta atrás y las dos naciones se jugaban su prestigio en aquella misión.
Tanto la Corona Avalonesa como la Motaignesa, habían gastado muchos recursos y puesto a trabajar a sus mejores ingenieros y armadores para conseguir en un tiempo record las 5 naves que surcaban el mar junto a los piratas.
La Reina Elaine había creído sin vacilar al joven Berek III, y en tan solo en 6 meses, “The Grail”, “The Elaine tears” y “The Pride” estaban listos para zarpar. En las costas de Montaigne, el barco de Jean Paul y la “Rachat “ se habían unido a la expedición ya que el nuevo emperador Jean Françoise II quería no solo probar su potencial marítimo sino retomar y mejorar las relaciones con Ávalon ahora que la navegación era otra vez posible y Castilla amenazaba, con sus asombrosos buques acorazados, con dominar los 6 mares.
Pero Jean Paul sabía que los barcos proporcionados solo eran barcos comerciales con unos cuantos cañones más. Durante décadas, los navíos se habían construido para ser veloces y huir de los leviathanes, ahora, gracias al exceso de armamento, esa ventaja se había desvanecido.
Sus superiores se rieron también cuando expresó su descontento al ver los barcos.
“Capitan du Surlign, se preocupa demasiado, esto solo será un paseo para tener contenta a la vieja arpía avalonesa, Reis no existe y si existe, ya me dirá dónde legiones ha conseguido un Barco de guerra…”
El grito de uno de los vigías, le alertó.
“¡Barco a la vista! ¡A estribor!”
Jean Paul se giró, no necesitó un catalejo para verlo, el barco se veía a 20 millas, casi pegado a las costas de Montaigne. Lo cual solo podía significar una cosa. El barco era una auténtica monstruosidad.
“Que Theus nos ayude…”- Susurró antes de empezar a dar órdenes.
