El Alzamiento de Reis (11): Boabdil

Solapas principales

- No es el momento, para el maldito pánico- se dijo el Lunar, porque cuando estás bajo el agua y no sabes nadar es muy sencillo entrar en pánico. - Intenta mover los brazos a la vez, que las piernas… lo hacen los majaderos vaticanos no deber ser tan difícil.

Consiguió sacar la cabeza y estaba convencido de que su estilo se parecía mucho más a un perro patoso que al de un nadador, de hecho, a pocos metros, un chucho de la San Bernard esta nadando mucho mejor que él. El plan B, había consistido en llenar toda la bodega de proa con pólvora y metralla y hacerlo explotar cuando el ariete que ingeniosamente habían instalado chocara con la nave enemiga. Boabdil calculó que toda esa carga podía hacer volar por los aires una ciudad pequeña. Quien se ofreció voluntario para semejante ataque suicida si había que hacerlo, fue McMurdoch, que era un experto en chocar barcos y salir vivo de ello. Pero su capitán, su malherido capitán había cambiado estos planes y se había colocado a las riendas de del timón, en el momento más desesperado.

La explosión habían hecho desaparecer de la faz de Théah a la Libertad Duradera y a su carismático capitán. A él, la onda expansiva le había lanzado al mar junto a los Perros Marinos y sus amigos…

Intentando asomar la cabeza fuera del agua, observó las consecuencias del “plan B”. La San Bernard había sido destruida y ahora su proa incendiada se hundía irremediablemente en el mar. Las aguas estaban teñidas de rojo y había cuerpos flotando por todas partes, como doloso testimonio de la batalla que allí se había dado lugar. Las tablas rotas en aquella desolación eran las únicas pruebas de que hace apenas una hora, 8 naves aliadas habían combatido en ese lugar.

Pero el monstruo seguía ahí, había fuego en la cubierta y todo aquel que no hubiera acabado en el agua, seguramente ahora estaría carbonizado, pero el casco seguía a flote sin apenas daño. Las maderas del buque se habían desprendido, en su mayoría rotas y quemadas y por fin Boabdil comprendió lo había pasado. Bajo la madera negra del casco estaba el metal de la Bejarano. Reis había convertido el cascote abandonado que la armada castellana había llevado a Canguine, en una navío de vela y remos. Algo inconcebible. Semejante barco mezclado con el glamour de la leyenda pirata habían convertido al nuevo “Bandera Carmesí“ en una embarcación casi indestructible. Sólo le quedaba el consuelo de que su infame tripulación estaría ahora descansado.

Una mano le agarró del hombro. Sobresaltado, el lunar que la agarró, la retorció instintivamente.

- ¡B.A! ¡B.A! ¡Que soy yo! ¡Me rompes la mano, pedazo animal!- Achmed observó a McMurdoch y con gran riesgo de ahogarse, le dio una colleja.

- I...glu..ta...me...glu..do.. glu...susto...de… Muer...glu.- su amigo estaba agarrado a un tablón y le guió para que él hiciera lo mismo.

- ¿Dónde está Muhle?- Preguntó preocupado el lunar cuando aseguró que la tabla no se hundía.

- No lo sé, he visto unos cuantos Perros Marinos subiéndose en los tablones que quedan de su barco, pero ni rastro de Heinrich. Estoy preocupado, B.A. temo que se haya hundido con su armadura.

- Malditos seáis, tenéis demasiados profetas y demasiado acero pegado al cuerpo.- fue entonces cuando vio la estela en el agua acercándose rápidamente.

- ¡Loco, aparta!- De las aguas emergió una sirena con sus enormes mandíbulas abiertas, en vez de la tierna carne de su chiflado amigo, la aberración marítima se encontró con el duro puño del lunar. Los puntiagudos y enormes dientes de la criatura salieron despedidos y volvió sumergirse con el cuello partido.

Otra sirena le atacó por el flanco derecho, pero Boabdil estaba preparado. La agarró del pescuezo y con un movimiento brutal estampó su cabeza contra el querido madero que les mantenía a flote, dejando una mancha de sangre mientras la criatura se hundía. Pero antes de que pudiera hacer nada, una tercera le mordió el brazo y le sumergió sin que McMurdoch pudiera ayudarle.

Era como si miles de cuchillas se clavasen en su piel. El lunar, agotado y herido, se veía en el paraíso prometido por el primer profeta. Entonces lo vio, el brillo en el agua de la armadura de su amigo, soltando lo que sin duda eran las últimas burbujas de aire. Recordó, las veces que se habían salvado la vida mutuamente. Y decidió que no iba a fallar.

Tensando sus músculos y utilizando su titánica fuerza, paró en seco el nado de la mujer pez. Metió la otra mano en su boca y tiró de ella hasta soltarse. Después siguió tirando de la mandíbula, mientras la sirena forcejeaba desesperada para librarse de él, incapaz de comprender cuando se habían cambiado las tornas y el cazador se había convertido en presa. Como si fuera una montura encabritada, la fue guiando hasta donde estaba su amigo y cuando estaba a su altura, lo agarró por la gola de su armadura  y forzando más la mandíbula de la bestia la orientó hacia arriba. Una vez que la sirena saltó de la superficie con un brusco giro le desencajó la boca.

-¡Loco, dame la mano!- gritó el lunar.

- ¿Está vivo?- preguntó el timonel con nerviosismo mientras estiraba la mano para ayudarle a llegar a la tabla.

- Más le vale. El vodaccio nos ha dejado, mi barco se ha hundido y como le dé por abandonarme y dejarme sólo contigo, le voy a dar de hostias hasta que resucite, porque la gente no se muere en solitario, joder, que por algo somos un equipo.

- Tú si que sabes como llegar a mi corazoncito, B.A.

- ¿Por qué, profeta? ¿Por qué me pones a prueba?